«Colt huracan» by A. Rolcest

«Colt huracan» by A. Rolcest

autor:A. Rolcest
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Aventuras
publicado: 2018-07-19T22:00:00+00:00


—Cuatro mil doscientos dólares —dijo Thelma, dando el efecto de que cantaba.

—Se le abonará en seguida…

—De eso estaba muy segura. Pero gracias de todos modos, señor Cheykin.

Era el cajero. Tomó la iniciativa de pagar el cheque para sacar al jefe de una situación peligrosa, y además, porque reconocía que tenía razón en exigir aquel pago, puesto que Ronnie llegó al Banco cuando se estaban pagando a otros.

—Este día va a ser muy señalado en la historia de Sulken —comentó la muchacha, ya de cara al sheriff y a Haken—. ¡Cómo hubiera lamentado no haber venido hoy al pueblo!…

A Lon le molestaba la agresiva alegría que resplandecía en el rostro de Thelma. No comprendía que la muchacha se estaba librando de mucho lastre. A pesar de que ella estaba convencida de que su inclinación por Haken no había sido más que una idiotez de niña consentida, hasta el momento de verse ante él había tenido el temor de que fuese una venda que ella misma se hubiese puesto a fuerza de voluntad.

La alegría que experimentaba al comprobar que la realidad era aún más fuerte que lo que ella había imaginado, viendo que no sólo no temía a Haken, sino que sentía el mayor desprecio por él, aún como enemigo, la iba precipitando a una vitalidad, a una alegría y franqueza que según tía Lorry, parecían extinguidas para siempre…

—Tome el dinero y váyase —le aconsejó Lon.

—Sí. Se han de comprar muchas cosas para la fiesta… Y para lo que no es la fiesta, porque la casa la he encontrado hecha un desastre. ¡Ah, Ronnie es una calamidad!… —guardó el dinero, después de contarlo—. Cuide esa calvicie, señor Haken…

Saludó a todos levantando una mano y salió.

—Márchese usted también —rezongó el banquero, que hasta ese momento había permanecido inmóvil, como dándose cuenta de que adoptando una actitud digna, el pistolero se abochornaría de haberle golpeado.

—He hablado con los señores Gomberg y Siegel —dijo Lon, como si nada hubiese pasado—. Ahora debo hacerle a usted algunas preguntas… Hemos encontrado a los dueños de los carros. Por eso dos pobres hombres las investigaciones van a llevar una meticulosidad que tal vez no hubiera empleado de no haberse producido esos dos asesinatos… Comprenda, señor Haken: Al escoger un día de mercado, se dio una gran facilidad a Char Swain para acercarse con su pandilla. Demasiado trajín de carros por los caminos… ¿Cómo no lo comprendieron antes?

—¡No tengo que contestarle nada!… ¡No me someteré a su autoridad! ¿Lo quiere más claro? ¡El Banco es mío! ¡Lo que ha ocurrido me afecta a mí solamente!…

—Señor Haken: Los dueños de los carros, no lo olvide… Ayer estuvieron trabajando en sus huertos, de sol a sol, preparándose para venir al mercado… Uno de los cadáveres tenía los ojos abiertos. Y yo he sentido su mirada, y su orden: “¡HAS DE VENGARNOS!” —su tono era grave. Hizo una transición, buscando un aire jocoso—: Puede sonreír si quiere…

No quería. Tampoco podía, porque en la boca cada vez sentía más dolor.

Ni nadie en el Banco se sentía inclinado a tomarlo a chacota.



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